Chiquiño rayito de luz
sol suave
amoroso
de ojos verdes
y pelaje de arena
¿hasta qué dimensiones
extraordinarias te llevaba tu mirada
cuando se metía por un punto preciso de la barda del
jardín?
Yo lo único extraordinario
que veía era tu mirada atenta
tus ojos verdes que parecían no perder detalle
¿o acaso meditabas hermano extraordinario?
Gato magnífico
felino maestro del más acá
cuanto cariño me brindaste
cuánto cariño te brindé
¿Recuerdas cuando
caíste del cielo?
Seguramente en tus correrías de gato joven
tropezaste con una nube, ave o avión
que destanteó tu vuelo;
yo me encontraba arreglando algo en el jardín y tú
llegaste.
Te arrojé agua con la mano para que te fueras
pero noté que no podías emprender la huida
una de tus patas delanteras no te respondía
parecía zafada…
Te calme
(nos calmamos)
y pude cargarte para observarte más de cerca.
Te llevé con el Dr. Luis, el médico veterinario
de hace tiempo
te revisó cuidadosamente
dispuso sacar una radiografía
y ahí apareció tu pata fuera de su sitio.
Realizó pases mágicos junto con sus ayudantes
la inmovilizó y te tuviste que quedar en casa irremediablemente
la trajiste inmóvil por un tiempo;
mientras tanto ibas conociendo a los otros tres
integrantes
de mi familia gatuna.
¿Ya me habías escogido para caer aquí y no en otra
casa
Chiquiño amado?
Gato pelo del desierto
de cierto es que llegaste de tierras lejanas
tus ojos verdes de mirada profunda e intensa
te delataban
eras un gato joven aventurero ya no un cachorro.
Enseñaste a Mía a mantener una pata en el agua
mientras saciaba su sed.
También aprendió de ti a mojar una de sus patas en
leche
deslizándola como si fuera un cuenco
y así lamer unas gotas.
Complicado para ustedes
por las almohadillas que tienen en las patas
y sin embargo lograban paladear unas dulces gotas de
leche…
Y pasó el tiempo Chiquiño de saltos vuelos
otros gatos llegaron y se fueron
otros murieron
de esa suma y resta gatuna fuimos testigos…
Pasó más tiempo y llegó el tiempo de tu partida
poco a poco fuiste dejando de beber agua que era tu
delirio
te tuve que dar suero con jeringa para que no te
deshidrataras
después dejaste de comer;
incluso te acercaba tus golosinas favoritas:
algún pedacito de jamón pollo o pescado, pero nada;
entonces te molía tu comida y me ayudaba con una
jeringa para dártela.
Tú tratabas de darme ánimos para que no me preocupara
y hacías intentos acercándote a tu plato, pero sin
comer.
La doctora, recomendó suplemento vitamínico
y hubo que dártelo con la famosa jeringa para que no
te debilitaras
pero ya no querías nada, estabas harto…
Te hablaba, te acariciaba, te cepillaba y limpiaba tu
pelo
te sacaba al sol
pero sólo deseabas dormir.
Colocaba tus cobijas en un sillón
y te extendías cuando largo eras y dormías, dormías;
de vez en vez abrías tus bellos ojos
observando mis tareas
y el trajín de tus hermanos gatunos.
Estuve expectante
te sacaba cada tanto al jardín, cercano al sol que
tanto amabas
pero a medianoche noté más inquietud en ti.
Te envolví
te abracé
te hable
te canté
te acaricié suavemente
te di infinidad de veces las gracias
sin arrebatos.
“No temas irte mi felino hermoso
ve a donde tengas que ir…”
Acomodaste la mirada con tranquilidad gatuna
con los ojos serenos, y tus orejas-radares, altas y
atentas.
Penetraste en esa dimensión que tanto observabas
para dar el gran salto e ir más, más lejos
y partiste…
Moriste en el primer verano pandémico
en época de lluvia intensa como tú.
Al día siguiente cuando cremaban tu cuerpecito ya
enflaquecido
cayó un gran chubasco, chubasqueando mi alma también…
Ahora sólo tengo que extender la mano
cuando un rayo de sol entre por mi casa
para sentir tu calidez.
Imagen: "Mirada Gatuna", Adriana Azzolina Pinturas
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